Crítica: La naranja mecánica (1971)

 

Por Repolocho

Título original: A Clockwork Orange

 

Dirección: Stanley Kubrick

 

Guión: Stanley Kubrick (basado en la novela de Anthony Burgess. Sí, "basado", no como solía hacer a menudo, es decir, "me limpio el culo con la novela de...")

 

Intérpretes: Malcolm McDowell (Aleeeeex, todo ha cambiado muchooooo), Patrick Magee (el escritor, célebre por su hilarante y sonoro: ¿¿¿TE GUSTAAAAA... ESOOOOOOO???), Aubrey Morris (el sufrido agente de la condicional de Alex), Warren Clarke (Dim, el drugo gordito y tontorrón de risilla caballuna), James Marcus (Georgie, un  drugo muy avispado), Michael Tarn (Pete, cuya única aportación fue decir "bien" y "vale" en toda la película), John Clive (el cerdo y maloliente Billy Boy en carne y seso).

 

 

Crítica:

 

Ni que decir tiene, para empezar, que todo aquel que no haya visto o leído aún "La Naranja Mecánica" debe hacerlo sin más demora. No es una recomendación; es casi una obligación. Y no tiene nada que ver con el hecho de que sea un clásico, ni que las películas de Kubrick (por lo general) sean muy buenas. Ni siquiera porque sea una obra maestra, algo indudable. Hay que verla para comprender, para sorprenderse, para aprender. Para percatarse de lo hermosa que puede llegar a ser la violencia. Y para sentirse culpable y aterrado por este pensamiento.

 

Y es que nadie como el viejo Stanley podría haber llevado a la gran pantalla una novela tan extraña y apasionante, ya que parece sacada de su propia mente oscura y perturbada. La mente de un genio que marcó a más de una generación. Pero, primero, empecemos por ponernos en situación:

 

Imaginad Inglaterra en 1971. Los punks empiezan a surgir, apartando a los popies de las calles. Es el paso de la psicodelia hippy sesentera a un mundo sucio de suburbio, más violento y reivindicativo. Una transición de supuesta paz a la lucha callejera. Hoy en día esto ya no nos sorprende, porque la violencia está a la orden del día con las bandas de adolescentes, los clanes, las mafias, etc., pero, ¿y si nuestra juventud se hubiera dado entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta? ¿Nos parecería esto tan normal? ¿No pensaríamos que estos jóvenes que vienen después de nosotros, con sus modernos peinados y su extravagante moda, están locos? ¿No creeríamos que estamos entrando en una decadencia social? Esto, amigos, fue lo que "predijo" el escritor Anthony Burgess en su novela, publicada en 1962. Situaba su historia en un futuro no muy lejano, pero sí incierto, en el que las bandas de drugos (es decir, "amigos") no encontraban otra diversión que no fuese la ultraviolencia. La bonita ultraviolencia. Hubo reacciones de todo tipo cuando el libro vio la luz, llegando incluso a la censura en algunos países. La misma suerte corrió la película, nueve años después, contando además con la cortesía de numerosas amenazas de muerte al director. La gente es rara y violenta. Pero va en su naturaleza, qué le vamos a hacer.

 

La adaptación que Kubrick realizó fue fantástica y contó, desde el primer momento, con el apoyo de Burgess, que quedó gratamente sorprendido con el resultado final, a pesar de que carecía del desenlace real del libro (el original contaba con 21 capítulos, cifra que representa la llegada a la edad adulta y a la madurez, pero en Estados Unidos se censuró el último y Kubrick leyó la versión que tenía 20). También quedó fascinado por la interpretación del joven Malcolm McDowell, el pequeño Alex en la película, que demostró tener un potencial interpretativo increíble que Stanley se encargó de exprimir al máximo (un par de costillas rotas, desgarro en una  córnea, cercana muerte por ahogamiento... vamos, un placer). Y no es para menos. Nadie más puede dar vida a Alex como lo hizo él. Un nadsat (o adolescente) que se divierte cada noche con sus drugos usando la ultraviolencia. Pero no es algo extraño en el futurista y psicodélico mundo de "La Naranja Mecánica". Muchos otros grupos también se divierten así, como sus contrincantes, liderados por Billy Boy, con quienes se pelean a menudo. Y las violaciones tampoco son algo malo, al menos para ellos. No hay nada mejor que una pequeña dévotchka (o chica) para compartir entre cuatro mientras chilla, llora y se revuelve. No está mal visto. Para los jóvenes no. Son los adultos los que parecen tener un problema con estas actitudes y Alex acaba en la cárcel por sus acciones. Con el tiempo, será el objeto de un experimento que tiene como objetivo eliminar la maldad del ser humano mediante la asociación de imágenes y sonidos con una sensación desagradable de náusea continua. Aparentemente, este extraño método parece funcionar...

 

Lo que intenta transmitir Kubrick con esta película es su peculiar visión de la historia, dotándola de su inconfundible marca personal (bien podría haberse titulado "La teta mecánica" o, sencillamente, "Tetas, la película"), en la que trata de resaltar la cara más salvaje del ser humano, de modo que resulte bello y armonioso (esa excelente mezcla de Singing in the rain durante una paliza-violación, o las visones de Alex a ritmo de la Novena Sinfonía de Beethoven...), mientras pone un punto de psicodelia y originalidad decorativa en los escenarios en los que se desarrolla la acción (el Milk-Bar Korova o la casa de la anciana de los gatos son un buen ejemplo de ello).

 

Sin embargo, el mensaje más profundo que realmente quería transmitirnos el escritor Anthony Burgess es el de la violencia porque sí, la violencia como diversión, la violencia como algo típico de los jóvenes. La destrucción del adolescente frente a la creación del adulto. La contraposición de ambos mundos en una reflexión filosófica que da bastante en qué pensar, ya que defiende que el comportamiento violento y la falta de moral es más propia de la juventud, mientras que el adulto es más reflexivo y pacífico. En definitiva, que con la llegada a la madurez la violencia comienza a parecer algo aburrido y sin sentido, y sólo se empieza a ver como algo "malo" cuando se es completamente adulto. No se puede obligar a una persona a ser "buena" (como pretendía el experimento) porque así lo quiera la sociedad. Una persona se "hace" buena con el tiempo.

Por eso, y a pesar de ser una excelente película, se echaría de menos el final del libro, con el que Burgess, a través de la cifra simbólica del 21 antes mencionada, nos muestra a un Alex que ya ha cumplido la mayoría de edad, que está entrando en la madurez, que se empieza a replantear qué hacer con su vida después de todo el mal que ha hecho, que comienza a ver el encanto de crear y no el de destruir... pero él sólo, sin la ayuda de ningún tipo de programa de "rehabilitación moral".

 

Puede que la película haya envejecido notablemente, pero lo cierto es que sigue gustando (y obsesionando) tanto a los jóvenes como a los adultos que en su día la vieron y que vuelven a encontrarse con ella otra vez, y esa visión del futuro violento que tenían Burgess y Kubrick entre los años sesenta y setenta nos sigue causando un terrible escalofrío, no por las escenas explícitas de violencia, sino porque parece que ambos autores viajaron en el tiempo y vieron lo que está sucediendo hoy en día en las calles con la juventud pandillera del botellón y las peleas, la que tiene una jerga propia, la que está curada de espanto. Y todo esto ante la mirada indiferente de la sociedad. Nos parece algo normal.

 

Es, como decía Alex, "la bonita ultraviolencia, que nos mata de risa".

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Comentarios: 8
  • #1

    Moloko Vellocet (sábado, 13 junio 2015 18:45)

    Si dices que el mensaje que quería transmitir Burgess es el de la violencia porque sí, es que no te has enterado de nada...

  • #2

    tutaj (domingo, 20 noviembre 2016 22:14)

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  • #3

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